martes, 1 de febrero de 2011

Agitation






Y ¡PUM!-. Portazo.
 
Las paredes tiemblan, la música de tu cabeza las agita. Estás excitado, no puedes parar de batir tus ojos buscando una respuesta en cualquier punto al alcance de tu vista.

¡Dios Santo! Estás perdido.

Subes las escaleras corriendo, sin tiempo a tropezar, algo te persigue, pero no es material.
Los muros cierran tu paso a medida que vas subiendo, el espacio escasea. Aumentas la velocidad, como si jamás fueses a llegar.

No hay nadie más. Nadie puede oírte, nadie puede sentir la vibración de tus gritos, pero no estás chillando. Tienes esa presión en el pecho que no deja de quemarte por dentro.

¿Por qué no sale? Te detienes.

Tu tórax se hincha y deshincha sin pausa, más y menos, más y menos, no se detiene.
Tus ojos siguen locos, sin encontrar el momento de detenerse.

Tu puerta, abierta, deja salir los pocos rayos de luz que entran por las entrerrejas de tu ventana.
Entras, y llegas tú; bestia reprimida, animal cohibido.

Piensas que vas a reventar, tu pecho no para de bombear, como si de una rueda de bicicleta se tratase. Sientes tu cuerpo hiperventilar, necesitas algo que te pare.

Abres la boca, cada vez tu respiración es más descontrolada. Las pupilas se dilatan y menguan al compás del funcionamiento de tus pulmones.

Miras, y miras, y miras… No sabes qué cojones es lo que buscas, pero debe estar en alguna parte.

Tu instinto natural te hace percibirlo, pero hay una burbuja que impide que lo encuentres. Te estás descontrolando, las paredes siguen bailando. Haciéndose cada vez más pequeñas. Te aprietan, te presionan, no van a dejarte en paz.

Por fin, reaccionas. Coges ese marco de fotos que luce tu mejor sonrisa, aliñada con la típica mirada inocente que precede a los 10.
Con qué rabia la arrojas a ese trozo de yeso que cada vez te roba más espacio.
Es como si quisieras detenerlo, pero no puedes.
Se están contrayendo, y tú estás en medio. La puerta hace tiempo que ha desaparecido.

Animal descontrolado. Arrojas un alarido al viento, como si fuese a acongojarse ante tu furia.
Te impulsas contra las cuatro losetas que van de suelo a techo y viceversa, y te enzarzas en la batalla más sanguinaria que nadie verá jamás.

Puñetazos, patadas, cabezazos y arañazos que se llevan tiza blanca, dejando una marca de desesperación. Notas la circulación de tu sangre llenando cada milímetro de tu nervioso cuerpo.

Tus nudillos a penas pueden abrir los ojos, y tus pies están ensangrentados.
Tu cabeza luce numerosas contusiones, brechas y… ¿Qué podías hacer? Ibas a morir de todas formas, las paredes te comían, el aire te perseguía y el oxígeno te ahogaba.

Sí, las paredes estaban estrechando tu habitación, querían aplastarte. ¿Qué podías hacer?
Ahora yaces ahí, inerte, en el suelo. Incapaz tan siquiera de respirar, de ordenar a tu corazón que lata.

Tu cabeza lucía numer… pobre mente perturbada.





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