martes, 25 de enero de 2011

Sólo quería dormir.



Cuando él bajó las escaleras a la calle vio algo que no frecuentaba otras mañanas.
Ahí estaba ella, sentada en la parada del autobús, tan a penas tapada con una chaqueta de ganchillo.
Desconcertado se paró unos segundos frente a ella, a unos metros de distancia.
La calle estaba congelada, pero ella ni se inmutaba. Ella le observaba con los ojos muy abiertos, con un gesto asustadizo, lo que hizo que él dejase su estado de sorpresa y se acercase hasta ella.

-... Qué... ¿Qué haces aquí? ¿Cómo has venido?
-...

Se hizo un silencio.

Ella se echó a llorar, él la abrazó.
Ella se sentía desnuda, él la arropó.
Ella se veía perdida, él la encontró.
Ella se notaba vacía, él la llenó.

Y el abrazo duró minutos. Poco a poco, se iban balanceando, de lado a lado, poniéndole ritmo al consuelo, música al cariño y ningún sonido a la mañana.
Sin ninguna explicación, se vieron solos en mitad de la calle bailando, entre una mezcla de vaho y amanecer.

-Anda... Subamos a casa.

La cogió rodeándola con sus brazos para darle calor y la subió a casa. Sin mediar palabra, ella se dirigió al dormitorio y se tumbó sobre la cama.
Él, dulcemente, le preparó un chocolate caliente; que a ella le encantaba. Se lo llevó con todo el amor que un hombre puede albergar, pero la encontró dormida, completamente absorta en el sueño más profundo que nadie pudiera observar.

Sonrió, la besó en la frente y susurró con un tono entrañable mientras la arropaba:

-... ¡Sólo quería dormir!...

miércoles, 19 de enero de 2011

Carta de despedida.


Hoy el tren sale antes de lo previsto, la despedida será breve.
No debí haber dicho que me quedaría, soy un hombre; no me gusta hacer promesas que no sé con certeza si podré cumplir.


No podré escribir con seguridad el motivo de mi marcha, sólo diré que me llevo lo mejor conmigo, nada que os incluya.
Supongo que podría haber descubierto senderos ocultos guardando mi puesto en esta ciudad, pero no es eso lo que yo espero de mí mismo. Soy un hombre, no me conformo con una tierra que huela a farsa.

Me prometisteis sentirme como en mi casa, mas lo único que mio sentí fue aquel servilletero, que gracioso siempre me esperaba impaciente para comer. ¡Y qué platos, los de Rita!
Quizá recuerde el olor de la comida, o del hogar en sí, pero sí prometeré no hacerlo con el más mínimo anhelo.

Esperando estoy a que el humeante tren se detenga frente a mí, repasando lo vivido en este lugar.
No supisteis apreciar mi música, no os culpo, necios hay en todas partes. Lo que sí, os arrepentiréis, creísteis mis costumbres estúpidas, inútiles e infructuosas. Lástima, las echaréis en falta.

Sin motivo aparente sonrío. No me lo explico, he recibido más odio que amor en esta ciudad, sin embargo... Hay algo... ¿Qué es? Si no lo recuerdo, importante no sería desde luego.

Miro el reloj: ¡Vaya, el tren se demora ya 9 minutos!

Dejaré un papel en blanco sobre este banco, quien quiera inventar mis memorias es libre de hacerlo.
Eso sí, no sabrá de quién se trata. Tal vez este papel termine siendo una lista de la compra, puede ser.
Esa será entonces mi biografía, al menos aquí.

Ya diviso el tren, he de darme prisa.

-"¡Viajeros, al tren!"

Bien, hasta nunca, tierra inmunda.

-"¿Le ayudo con la maleta, señor?"
-"¡Oh, sí! Muy amable, muchacho."
-"Viaje corto, por lo que veo..."
-"Se equivoca, joven."
-"Pero... ¡Si está vacía!"
-"El mejor equipaje es el que nace de la necesidad."


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