miércoles, 26 de noviembre de 2014

El buen uso.




-¡Vas a llegar tarde!- Gritó su madre.

Éso, un claqueteo de llaves y unos tacones fue lo primero que oyó ese día. Después, la puerta de la calle cerrarse.

Confusa todavía por el insomnio sufrido unas horas atrás se estiró a lo largo y ancho de la cama y apartó el edredón a un lado.
"Qué frío", pensó, así que se levantó de golpe y corriendo de puntillas fue hasta la alfombra (esa roja que está delante del armario).
Cogió la camiseta negra, el pantalón vaquero y el jersey gris. Se calzó aprisa y se giró hacia el espejo.
Como cada mañana, se puso cuatro horquillas; dos a cada lado, y revisó los probablemente tres nuevos granos de su cara.

Café y pis matutino, y a la carga: "Parece que llueve, cogeré un paraguas".

Una vez en la calle saludó al portero y se dirigió a la parada del autobús, donde como siempre a las ocho y cinco le faltan cuatro minutos.
Un día rutinario de una vida cualquiera en este mundo, pensarían algunos.

Pero ese día era especial. Casualmente una mujer de unos setenta y pico años, bajita y algo canosa cargada con un cuaderno de cartulina bastante deteriorado se acercó a ella con una entrañable sonrisa.

- Buenos días, hija. ¿No sabrás qué autobús lleva al mercado, verdad?
- El veintidós le deja en la puerta, señora. Es el que yo cojo, si quiere le puedo indicar en qué parada se tiene que bajar.
- ¡Ay!, pues si eres tan amable... Es que no vivo aquí, ¿sabes? Nací aquí, en el barrio de La Paz. ¡Madre mía si ha cambiado ésto desde entonces!
- Ya imagin...
- Tiene mi hija la mayor cincuenta años... Pues yo me fui hará cincuenta y cinco. ¡Cincuenta y cinco! Y me da ahora por volver. Mis hijos no lo aprueban, ¿sabes? Dicen que qué pinto aquí yo sola. Como mi marido murió, pues piensan que me tengo que quedar llorando en casa. ¡Anda a paseo!

La chica se sonríe tímidamente, pues la abuela le hablaba con gracia pero tampoco quería ofenderla. En ese instante el autobús veintidós se detuvo en la parada.

- ¿Es éste?
- Sí.

Y suben.

¡Pí!
- ¿Adónde tengo que darle?
- Aquí. Pase su tarjeta.
- ¿Cuál? Creo que yo no tengo de éso.
- No se preocupe, ya le "pico" yo.
¡Pí!
- Muchas gracias, maja. Me alegra saber que la gente de aquí sigue siendo así de cercana.
- No es nada, mujer.

La señora mayor se acomodó en un asiento de los que miran hacia adelante, porque si no se marea. Élla se quedó de pie.

- ¿Cuántas paradas son hasta el mercado, chica?
- Todavía queda un rato. Yo me bajo en la siguiente a la del mercado, así que no se preocupe que yo le aviso cuando éso.

Se hizo el silencio durante un momento. Por las mañanas, a la chica no le gusta hablar demasiado con la gente. Aún así la anciana despertó curiosidad en ella.

- ¿Y dice que está aquí sola? ¡Qué valiente es usted por venirs...
- Bueno, tanto mis hijos como mis nietos viven en el extranjero. La crisis, que es muy mala.
- Desde luego... ¡De no ser por la crisis me estaría recorriendo el mundo en autocaravana!
- ¡Anda!

Ambas se sonrieron.

- Pues seguro que lo acabas haciendo.
- Ojalá. Pero bueno, todos tenemos sueños, ¿no?
- Claro que sí, claro que sí.- asintió la mujer, como empatizando con élla.- ¡Si no qué te crees que hago yo aquí!

La chica arqueó las cejas a modo de "cuénteme".

- Es un secreto, pero como no te conozco de nada te lo voy a contar.- Puso un gesto de complicidad. - Hace unos sesenta años hice una promesa. Cuando conocí a mi marido, que en paz descanse, resulta que tenía el corazón dividido.

La mujer se ruborizó y puso una sonrisa pícara.

- Tomé mi decisión pensando en...
- En su bien.
- No, no, no. ¡En el del tercero en discordia!
- Ah...
- La vida es muy compleja, niña. Y antes aún más. Y si a éso le añades una mujer compleja, imagínate.

La mujer mayor se quedó mirando al infinito, como si estuviese tratando de recordar algo.

- Tenía los ojos negros. Su mirada siempre me intimidaba, pero yo nunca se lo hice saber. ¡Menuda era yo!
- ¿Fueron novios?
- Qué va. Precisamente de éso lo salvé.- Dijo soltando una carcajada.- Le hubiese atormentado como hice con mi marido. Pobrecico mío, qué bueno que era... Mira que atreverse con un torbellino como yo. La cosa es que lo del otro mozo era como en las películas, ¿has visto películas de romances?
- No me apasionan, pero sí.
- Bueno, pues era igual. Era de ese amor que sólo se disfruta al principio.
- Pero eso luego siempre acaba. De hecho dicen que el enamoramiento no dura más de tres años.
- Claro, pero es que lo nuestro nunca pasó del principio.

La anciana miró por la ventana.

- Oye, ¿aún falta mucho para el mercado?
- Tres paradas.
- Ah, bueno.

La chica volvió a retomar la historia.

- ¿Y dice que fue él el que le trajo de vuelta?
- Pues sí. En realidad nunca dejamos de estar juntos, aunque sí de vernos. Te estoy haciendo un lío, ¿verdad? Es que eres muy joven para entender ésto.

El autobús se detuvo y la mujer, llevando la cuenta, susurró: "dos".

- Mira, chica; cuando ya no queda nada más en el mundo, cuando ves que tu vida parece estar acabando... Hay personas que deciden resignarse y parar.
Yo he decidido, ahora a que a estas alturas no hay peligros, ni odio, ni dolor; ser feliz, ser egoísta y amar.
- ¿Va a buscarle a él?
- No. Él va a encontrarme a mi.
- No se ofenda pero parece estar muy segura...

"Una". La mujer se levantó y se preparó para bajar en la siguiente parada. Apoyó su mano en el brazo de la chica acariciándolo cariñosamente con el dedo pulgar y le dijo:

- El amor existe, hija mía, pero hay que saber usarlo.

Cuando el autobús se detuvo la señora mayor se bajó, y justo a la izquierda de la puerta del mercado, la chica vio desde la ventana cómo un anciano de ojos negros que vendía postales levantaba la mirada y la clavaba en la anciana del cuaderno, que a su vez hacia él se aproximaba.

El autobús arrancó, los ancianos se quedaban atrás, acercándose entre sí. Élla volvió a mirar al frente y fue entonces, un día cualquiera de camino al trabajo, cuando comprendió que nunca es tarde para amar vivir.



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viernes, 15 de noviembre de 2013

Dejarse caer, fluir y ser.



Una gota de agua que cae, que se desnuda poco a poco. Desde el cielo cae, y se deja atraer por la tierra.
Sin paracaídas, sin telas de araña. Sin señales de "stop" que le cuestionen.
Un ver venir el suelo. Un choque. Una repentina explosión. Una fragmentación, una división. Un vals con el momento.
Una fusión, una expansión. La mezcla homogénea. Una simbiosis, un cambio, una unión.
Y el fluir.

Como una gota que se une al mar, te mezclas con la gente desde el momento en el que naces.
Sin conocer más allá de lo que tienes a menos tres milímetros de tu piel. Sin más olor que el que te envuelve, nos atrevemos a fluir y unirnos al universo que nos rodea. Sin nadie preguntarnos si nos convence, si nos place. Sin un permiso previo que te argumente un porqué anexionarse al mundo.

Osamos pronunciar palabras, letras conjuntas que no son más que un medio de transporte para tu persona, tu ser. Las palabras nos definen, forman un dibujo de nuestra alma en cada frase que construimos. Nos enseñan a describir el momento en el que nuestro vello se eriza, nos muestra cómo explicar cualquier pensar de nuestra mente. Y nos representan.

Sentimos cosas, sentimos virutas de polvo por dentro. Por fuera, sentimos amor. Y odio. Y volvemos a sentir.
Nuestro mundo, reducido a la parte que nos hace ser felices, siente con nosotros y formamos lazos con la gente antes desconocida. Para nuestro agrado, hacemos amigos. Somos felices con la compañía de los seres que nos rodeaban antes sin nosotros saber de su existencia.

Y fluye. La gota fluye cada vez más unida con su nuevo medio natural. Mezclándose, y bailando con los otros pedazos de sí misma que encuentra entre los otros individuos.

Surgen tormentas, y éstas remueven el agua, dejando a cada gota en un lugar nuevo, o no distinto al anterior. Siguen siendo gotas, aunque no compuestas de lo mismo, con diferentes moléculas, con diferente ubicación.
¿Y ahora? Dejar de ser la gota que fue, o esforzarse en formarse como nueva gota en un nuevo universo.

Dejarse fluir, y comprender, que nunca abandonas un océano al sacudirte hasta otro. Pues cada océano con su vecino se comunica, y el que no, va a parar al de al lado. Así es, que en todo el universo un lugar no deja de estar al lado de otro, y a cada uno se puede ir desde cualquier otro.

Un individuo, aunque se vea desconocido o perdido en la otra esquina del mundo, nunca dejará de sentir lo que sintió, ni de oler lo que un día inspiró. No dejará de saber, y tener a cada persona que vio.

"Que no dejará de ser
 lo que un día, lejano o no,
 fue".


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martes, 30 de octubre de 2012

Until we burn.

Como un corredor antes de salir.
Como un galgo antes del disparo.
Como el instante que precede al bombardeo.
Como el segundo anterior a un paro cardíaco.
Como el centímetro que hay justo antes del choque en un accidente.

Sin pulso, con el corazón a toda máquina.
Guardando la primera lágrima. Sabes que detrás irán billones.

El tiempo se ralentiza mientras abres la puerta. Está lloviendo en blanco y negro.

Un suspiro te impulsa y te echas a correr, queriendo alcanzarlo. Lo tienes delante y no puedes tocarlo.
Corres, y se escapa delante tuyo.
Cae la primera lágrima, se te escapó. Detrás la segunda, y la tercera. Una mezcla homogénea de sudor, lágrimas y lluvia te empapa, pero no te detienes.

No hay coches, no hay personas por la calle. No hay semáforos, ni sol, ni luna.
Corres más rápido. Está en el horizonte, y cada zancada que das lo aleja esa misma distancia más allá.
Está ahí, y no está. Le gritas que pare, pero no te oye. Le exiges que te escuche, pero te ignora.

No para de llover, empieza a aparecer un sobrealiento que te deja sin fuerzas.
Paras, levantas la vista, y ahí sigue. Inmóvil, esperando a que arranques a correr de nuevo.
Como un polo opuesto que no puede mantenerse a menos de la distancia energética mínima.

Condenado a vivir contemplándolo a unos metros de tí, sin poder alcanzarlo.
Siempre llueve en tus ojos, porque verlo te quema, y necesitas socorrer ese fuego.
Condenado a extinguir ese ardor, sin poder decirle que su intocable presencia es el origen de ese incendio.
Condenado a obviarlo, condenado a odiarlo, porque quema un poco menos.

lunes, 15 de octubre de 2012

Los sueños no siempre sueños son.


[ Recomiendo, mientras se lee el texto escuchar: http://www.youtube.com/watch?v=ABYo1pOWsZk&feature=youtu.be ]
En un abrir y cerrar de ojos apareces, como si te hubieran tele-transportado desde un lugar muy lejano y completamente ajeno a en el que estás.

Suena una música tenue que te induce a una mezcla entre tristeza y aburrimiento.
A tu alrededor, caras largas, como las de El Grito, de Edward Munch. Pero con un toque de Scream. Muy feas.
Una luz indirecta y fría, que parece echar a todo aquel que quiera entrar en ese sombrío lugar. El suelo es de un grafito helado, y las paredes de pizarra mate. Estás agotado, te encuentras exprimido al cien por cien a pesar de no estar haciendo absolutamente nada.

Quieres preguntar a la gente que te rodea, pero la verdad, no tienen mucha pinta de poder responderte, y aunque pudieran; estás demasiado cansado como para formular una palabra.
Esa música estruja tus músculos y los introduce en un inevitable y amuermado sueño.

De repente. Y sí, siempre de repente. Un rayo recorre tu cuerpo dejándolo destemplado.
En el fondo más profundo de esa lúgubre música empieza a sonar un ritmo de bajo que parece que va en aumento, apoderándose de la endeble melodía.

Cada vez se oye más ese nuevo ritmo, y parece que el suelo comienza a arder. Empieza a sonar una nueva melodía más acorde con este sorprendente bajo. Del límite entre el suelo y la pared brotan unas sinuosas y floridas hiedras de tizas de colores que inundan la desnuda pizarra.

La música hace vibrar los focos, que adoptan colores ni siquiera visibles para el ojo humano, pero sí perceptibles por la piel. Las caras largas, los Screams ahora son smilies que derrochan efusividad. 
Los Gritos son excitadas caras que bailan al son que crecen las hiedras, y éstas al ritmo de la ferviente música. Tu sangre hierve. Tus hormonas son una orgía que amenazan con reventarte si no sonríes ya.
Tus brazos han perdido el control. Saltas. Saltas. Saltas.

Las notas, gotas de sudor, colores, luces aumentan más y más la densidad del lugar. No estás cansado, estás descontrolado. Estas eufórico. Estás en tu pleno momento de felicidad.

La gente de tu alrededor se desvanece, la música se atenúa. Tienes sobrealiento.
Los colores se van. Las hiedras vuelven a esconderse. No hay brillo, ni luces. Oscuridad.

Abres los ojos de nuevo. Almohada empapada en sudor.

No siempre los sueños significan algo tan distinto a lo que muestran.

Sonríes, te estiras, y te planteas por dónde comenzar a llenar tus espacios grises de oleadas de color.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

(Pasa a) la Historia


Una de las historias que empieza por el punto final.
Sin obligación de tener que ser por obligación, pero simplemente lo hace. Por las circunstancias, por un mal deseo ajeno, o por el mero hecho de que ha de ser así.

El desenlace de una película mala danesa.
Sin entender nada, sin poder discutir un argumento, sin un buen o mal sabor de boca. El limbo de todos los finales antes escritos. El triunfo de un pobre y excéntrico director.

¿El desarrollo?
Muchos posibles. Ninguno importa. Como en la mayoría de comedias románticas americanas; malentendidos, mal meteduras malintencionadas, y una carencia de interés por la aclaración post-conflicto. (Siempre habría que plantearse la existencia de éste si bien nos agarramos al clásico "dos no discuten si uno no quiere"). En cualquiera de los casos, un paupérrimo propósito de sucesos con final deleznable. 

Comienzo. la Historia.
El mejor comienzo jamás escrito, filmado e imaginado. Eso sí, al margen de personajes secundarios mal introducidos a lo largo del desarrollo. Un comienzo bípedo brillante e inigualable. Olvidando banales flechas o distancias mal puestas. La fuerza personificada en dos. Algo único y sagrado. Aparentemente inquebrantable.


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"Una mujer siempre debería recordar que no necesita a nadie que no la necesite a ella".