martes, 30 de octubre de 2012

Until we burn.

Como un corredor antes de salir.
Como un galgo antes del disparo.
Como el instante que precede al bombardeo.
Como el segundo anterior a un paro cardíaco.
Como el centímetro que hay justo antes del choque en un accidente.

Sin pulso, con el corazón a toda máquina.
Guardando la primera lágrima. Sabes que detrás irán billones.

El tiempo se ralentiza mientras abres la puerta. Está lloviendo en blanco y negro.

Un suspiro te impulsa y te echas a correr, queriendo alcanzarlo. Lo tienes delante y no puedes tocarlo.
Corres, y se escapa delante tuyo.
Cae la primera lágrima, se te escapó. Detrás la segunda, y la tercera. Una mezcla homogénea de sudor, lágrimas y lluvia te empapa, pero no te detienes.

No hay coches, no hay personas por la calle. No hay semáforos, ni sol, ni luna.
Corres más rápido. Está en el horizonte, y cada zancada que das lo aleja esa misma distancia más allá.
Está ahí, y no está. Le gritas que pare, pero no te oye. Le exiges que te escuche, pero te ignora.

No para de llover, empieza a aparecer un sobrealiento que te deja sin fuerzas.
Paras, levantas la vista, y ahí sigue. Inmóvil, esperando a que arranques a correr de nuevo.
Como un polo opuesto que no puede mantenerse a menos de la distancia energética mínima.

Condenado a vivir contemplándolo a unos metros de tí, sin poder alcanzarlo.
Siempre llueve en tus ojos, porque verlo te quema, y necesitas socorrer ese fuego.
Condenado a extinguir ese ardor, sin poder decirle que su intocable presencia es el origen de ese incendio.
Condenado a obviarlo, condenado a odiarlo, porque quema un poco menos.

lunes, 15 de octubre de 2012

Los sueños no siempre sueños son.


[ Recomiendo, mientras se lee el texto escuchar: http://www.youtube.com/watch?v=ABYo1pOWsZk&feature=youtu.be ]
En un abrir y cerrar de ojos apareces, como si te hubieran tele-transportado desde un lugar muy lejano y completamente ajeno a en el que estás.

Suena una música tenue que te induce a una mezcla entre tristeza y aburrimiento.
A tu alrededor, caras largas, como las de El Grito, de Edward Munch. Pero con un toque de Scream. Muy feas.
Una luz indirecta y fría, que parece echar a todo aquel que quiera entrar en ese sombrío lugar. El suelo es de un grafito helado, y las paredes de pizarra mate. Estás agotado, te encuentras exprimido al cien por cien a pesar de no estar haciendo absolutamente nada.

Quieres preguntar a la gente que te rodea, pero la verdad, no tienen mucha pinta de poder responderte, y aunque pudieran; estás demasiado cansado como para formular una palabra.
Esa música estruja tus músculos y los introduce en un inevitable y amuermado sueño.

De repente. Y sí, siempre de repente. Un rayo recorre tu cuerpo dejándolo destemplado.
En el fondo más profundo de esa lúgubre música empieza a sonar un ritmo de bajo que parece que va en aumento, apoderándose de la endeble melodía.

Cada vez se oye más ese nuevo ritmo, y parece que el suelo comienza a arder. Empieza a sonar una nueva melodía más acorde con este sorprendente bajo. Del límite entre el suelo y la pared brotan unas sinuosas y floridas hiedras de tizas de colores que inundan la desnuda pizarra.

La música hace vibrar los focos, que adoptan colores ni siquiera visibles para el ojo humano, pero sí perceptibles por la piel. Las caras largas, los Screams ahora son smilies que derrochan efusividad. 
Los Gritos son excitadas caras que bailan al son que crecen las hiedras, y éstas al ritmo de la ferviente música. Tu sangre hierve. Tus hormonas son una orgía que amenazan con reventarte si no sonríes ya.
Tus brazos han perdido el control. Saltas. Saltas. Saltas.

Las notas, gotas de sudor, colores, luces aumentan más y más la densidad del lugar. No estás cansado, estás descontrolado. Estas eufórico. Estás en tu pleno momento de felicidad.

La gente de tu alrededor se desvanece, la música se atenúa. Tienes sobrealiento.
Los colores se van. Las hiedras vuelven a esconderse. No hay brillo, ni luces. Oscuridad.

Abres los ojos de nuevo. Almohada empapada en sudor.

No siempre los sueños significan algo tan distinto a lo que muestran.

Sonríes, te estiras, y te planteas por dónde comenzar a llenar tus espacios grises de oleadas de color.